Nacer de nuevo.

La Pascua es un tiempo muy oportuno para meditar pausadamente sobre nuestro bautismo, las gracias que en él nos fueron infundidas y la necesidad de renovar constantemente la santidad que este sacramento nos otorga mediante la oración, la práctica del amor fraterno e incluso mediante los demás sacramentos.
En primer lugar, debemos recordar que el bautismo es un nuevo nacimiento. Nacemos de nuevo no ya de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo. La obra maravillosa de nacer a la vida espiritual es, por supuesto, obra del Santo Espíritu de Dios. Al principio y al final, somos sellados y conducidos por el Espíritu, quemados en su fuego, colmados de sus dones, santificados por Él... pero antes que cualquier cosa, hemos sido consagrados por Él para ser un templo en donde Él mismo habite, para gloria de Dios.

Ser bautizado significa pensar y actuar conducido por el Espíritu que nos hizo nacer de nuevo.


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