Silbidos amorosos.

Entre todas las reflexiones que podrían surgir a partir del dicho de Jesús en Jn 10, 27: «mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen», destaca una en particular: en el campo, las ovejas aprenden a distinguir la voz de su pastor entre todas las demás voces, respondiendo solo al llamado de aquel a quien ya reconocen como su pastor. A nadie más le hacen caso.
¿Comprendes ahora por qué se extravía una oveja en la parábola de Lc 15? Porque, alejándose tanto de su pastor, ya no puede escuchar su llamado para ser guiada hacia el redil que, de otro modo, no podría encontrar (Jn 10, 9). Aún si al perderse fuera hallada por alguien más, no le haría caso, por lo que solo su pastor podría rescatarla.
En este contexto, considerando la parábola de la oveja perdida, es conmovedor imaginar que, cuando el pastor, persistente en su búsqueda, se acerca lo suficiente para que la oveja pueda escucharlo, esta salta de alegría al escuchar nuevamente su voz. Así, no solo el pastor se regocija, sino también aquel que es cuidado por él. El pastor te busca, esperando que respondas con gozo y humildad a su llamado.

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