Pan de ángeles.

Un discípulo, al igual que un buen hijo, no deja pasar mucho tiempo sin volver a la mesa de la casa de su Padre. Al adentrarse más en los pensamientos y sentimientos de Jesús, su Maestro, quien se hizo hombre y palabra de vida eterna para muchos (Jn 6, 69), inevitablemente debe colmarse de un hambre y sed intensas de Dios. Porque Dios nos brinda cada día nuestro pan cotidiano (Lc 11,3), y ese pan no es otro sino su Hijo muy amado. Así como el hambre del pan material requiere alimento todos los días, nuestra alma anhela ser fortalecida con el pan de los ángeles, cumpliendo la voluntad de Dios y realizando su obra (Jn 4, 34).

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