León.

El quehacer de un discípulo (es decir, el trabajo apostólico) se sostiene de dos pilares: la intimidad con Dios, que da su Espíritu a quien se lo pida (Lc 11, 13) y la constancia en el cumplimiento de este deber misionero, al modo del León, sin retroceder ante nada (Prov 30, 30).

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