El don de la paz es el Espíritu de la paz.

Cuando Jesús dice en Jn 14, 47 «La paz les dejo, mi paz les doy», ¿a qué se refiere exactamente?
¿Qué es esa paz que nos deja?
¡Esa paz es el Espíritu Santo!
Nadie sino el Espíritu Santo, que viene del Padre y del Hijo, puede garantizar que no estaremos abandonados por el mundo, que no conoce la paz verdadera. El Espíritu Santo es quien conduce a la Iglesia y a cada uno de sus miembros que navegan por el mar impetuoso del mundo. Es el Espíritu quien nos da la paz como uno de sus frutos (Ga 5, 22). El Papa Francisco enseña que todos los cristianos deberíamos decir cada día esta oración «Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo». Es muy conveniente que a lo largo del día meditemos o al menos hagamos consciencia de que en el Espíritu de Dios «vivimos, nos movemos y existimos» y que «no se encuentra lejos de cada uno de nosotros» (Hch 17, 27-28). El simple sencillo de recordar y reafirmar la verdad de que estamos sellados por el Santo Espíritu de Dios es ya una invitación a la contemplación, a aumentar el fervor, a acrecentar la fe y encender el amor en el corazón... es en sí mismo un llamado a la conversión y la renovación interior.


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